martes, 27 de enero de 2009

Salmo de la venganza

Javier Raya



Esa mañana me llamarás temprano

reprobatoriamente tirándome de los pelos

mi resaca imperdonable con tu mano

me guiarás a paso corrido

hacia la cocina del infierno, señor ―baterías

ollas trastos planchas cuencos

de acero convenientemente inoxidable

para los calores de por aquí―

pondrás frente a mí el catálogo de tus cuchillos más extravagantes

cortaré cebolla con cimitarras de fuego

dos o tres pollos descabezados con un mandoble vikingo

y para la montaña de verduras un sable de pirata mellado

cantidad de pasta de bolsita, señor,

que aunque fuera por el valle del aceite hirviendo

me salvarás de la incómoda quemadura y del chancro amarillo de la pús

prepararé contigo una mesa

a la vista de mis enemigos

para su hambre terrible de vísceras y condimentos picantes

que estamos entre valientes, dices

he quemado la piel de la dulzura

siguiendo las indicaciones de tu recetario sagrado

eres mi ayudante, mi pinche dios, me alcanzas lo que necesito,

nada me falta

En verdes pastos que tachonean montones azufrosos me haces reposar

y el vino severo manará de las pequeñas heridas de mis manos

llagadas de pelar chayotes y nopales espinudos

desplumaré para nuestros convidados tucanes y siete bestias de colores

y la sal será un océano vacío

y el pan, tu nombre impronunciable

acompañando el plato fuerte:

orejitas de Leviatán en madera del huerto de Getsemaní

Preparas ante mi una mesa

a la vista de mis enemigos

y yo les sirvo chorros de sopa caliente

dentro del ojo de la ballena

y cuando todos hayan comido y bebido según la exigencia de su gusto

me harás el guiño santo y seña contraseña de la revancha:

y vendré rodando con el carrito de los postres

betúnes de colores insuflados, de colores dolorosos

pasteles, natillas requemadas de caramelo

bonbones rellenos de diente de áspid

gelatinas de mandrágora y cerveza de raíz de curaré



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