Esa mañana me llamarás temprano
reprobatoriamente tirándome de los pelos
mi resaca imperdonable con tu mano
me guiarás a paso corrido
hacia la cocina del infierno, señor ―baterías
ollas trastos planchas cuencos
de acero convenientemente inoxidable
para los calores de por aquí―
pondrás frente a mí el catálogo de tus cuchillos más extravagantes
cortaré cebolla con cimitarras de fuego
dos o tres pollos descabezados con un mandoble vikingo
y para la montaña de verduras un sable de pirata mellado
cantidad de pasta de bolsita, señor,
que aunque fuera por el valle del aceite hirviendo
me salvarás de la incómoda quemadura y del chancro amarillo de la pús
prepararé contigo una mesa
a la vista de mis enemigos
para su hambre terrible de vísceras y condimentos picantes
que estamos entre valientes, dices
he quemado la piel de la dulzura
siguiendo las indicaciones de tu recetario sagrado
eres mi ayudante, mi pinche dios, me alcanzas lo que necesito,
nada me falta
En verdes pastos que tachonean montones azufrosos me haces reposar
y el vino severo manará de las pequeñas heridas de mis manos
llagadas de pelar chayotes y nopales espinudos
desplumaré para nuestros convidados tucanes y siete bestias de colores
y la sal será un océano vacío
y el pan, tu nombre impronunciable
acompañando el plato fuerte:
orejitas de Leviatán en madera del huerto de Getsemaní
Preparas ante mi una mesa
a la vista de mis enemigos
y yo les sirvo chorros de sopa caliente
dentro del ojo de la ballena
y cuando todos hayan comido y bebido según la exigencia de su gusto
me harás el guiño santo y seña contraseña de la revancha:
y vendré rodando con el carrito de los postres
betúnes de colores insuflados, de colores dolorosos
pasteles, natillas requemadas de caramelo
bonbones rellenos de diente de áspid
gelatinas de mandrágora y cerveza de raíz de curaré
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